¡Qué lejos nos ha quedado el Mundo!
La agenda que discuten los principales países del planeta no tiene puntos de contacto con los debates internos de la Argentina.
Cuando uno observa la agenda internacional en materia económica y comercial y la compara con lo que se discute en nuestro país aparecen diferencias de fondo y forma casi abismales.
En la actual agenda mundial surge, tanto para los países desarrollados como para los emergentes, en primer lugar la reestructuración del sistema financiero, sus regulaciones, el nuevo papel que deberían desempeñar los organismos de crédito multilaterales, en especial el Fondo Monetario Internacional, y cómo restablecer mecanismos de apoyo a las economías fundamentalmente en lo relativo al crédito vinculado al flujo del comercio y a las inversiones.
En un plano más de mediano plazo –pero no por ello menos importante–, se encuentra la búsqueda de alternativas que acompañe el desplazamiento del dólar como única moneda transaccional y de reserva de valor.
En la Argentina, la discusión pasa de cómo resolver primero la manipulación de los datos iniciada en enero del 2007 en el INDEC y que más allá de la deuda con el Club de París y con los hold outs ha transformado a nuestro país en no creíble –increíble sería mejor– a los ojos del mundo. La reciente decisión de revisar lo actuado en el INDEC desde el año 1999, a través de la designación de un Consejo Académico, no arroja reales esperanzas de cambio sino más bien intentar descomprimir el generalizado cuestionamiento de la intervención de Guillermo Moreno y sus acólitos. En otras palabras, a pesar de nuevos mecanismos –más flexibles– de acceso a líneas de crédito que se están logrando, la agenda nacional está en otra sintonía.
El segundo gran tema de la agenda internacional es la mitigación del cambio climático, a través de los compromisos a asumir para el denominado Protocolo de Kyoto II, teniendo a la vista la Conferencia Mundial a llevarse a cabo en Copenhague a fin del corriente año. En este sentido, gran cantidad de países ya tienen en marcha desde hace años planes nacionales de Eficiencia Energética (PNAEE), así como del reemplazo y/o reconversión de fuentes de energía fósiles por renovables y el establecimiento de límites a la contaminación provenientes de la emisión de los gases efecto invernadero. Además de estados nacionales, muchos estados –provincias– e innumerables ciudades del mundo tienen ya implementados sus propios planes en la materia, con sus normas y regulaciones.
En nuestro país, el formidable desfasaje tarifario, sobretodo en área metropolitana de Buenos Aires, en vez de propender al ahorro llevó al dispendio durante prácticamente siete años, a pesar de la vigencia del denominado PUREE (programa de eficiencia energética). Ahora cuando en pleno proceso recesivo se ha comenzado el ajuste a una parte de lo población, porque ya las cuentas públicas no “cierran”, es observable que aún con ese aumento las tarifas de energía y gas están entre un 70 y 40 % por debajo del costo de la energía y bien atrás de las que rigen en los países de la región.
Paradójicamente cuando se está cayendo en la producción de petróleo y gas y se requieren todos los años agregar entre 800 a 1.000 megavatios (MW) de nueva generación hay un potencial de ahorro energético que estudios del Banco Mundial estiman en 5.700 MW
El otro aspecto de la agenda mundial de gran importancia, se refiere a la seguridad alimentaria, tema que surgiera a partir de la suba de los precios de las commodities agrícolas el año pasado y que produjera graves conmociones en cantidad de países netos importadores de alimentos y que lejos de haberse resuelto ha llevado a un aumento significativo de las poblaciones mal alimentadas. El debate instalado en la FAO, Naciones Unidas, OCDE y OMC plantea por un lado el papel fundamental de los países
productores/exportadores, entre los que se encuentra la Argentina, el desvío de la producción agrícola para la elaboración de bío-combustibles y la necesidad de devolver condiciones adecuadas de desarrollo a la agricultura familiar, sobretodo en los países pobres de África y Asia.
La agenda argentina pasa, mientras tanto, por si se disminuyen las retenciones al trigo y el maíz, de si se aumenta el precio al productor de leche o se lo subsidia y de cómo se evita la marcada declinación ganadera. En otras palabras, mientras globalmente se observa la enorme oportunidad que tienen los países productores / exportadores de base agropecuaria, nuestra agenda está centrada en la restricción exportadora y la atención del mercado interno.
Concluyendo, la agenda internacional tiene mas temas centrales dignos de análisis, pero lo cierto es que los tres enunciados y su comparación con la nuestra indican en mi evaluación lo alejado que estamos de ella y los costos explícitos e implícitos presentes y futuros del aislamiento del plano internacional.
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