
Argentina repite su historia y se encamina a una nueva crisis
Los mercados valúan los bonos soberanos como si ya hubiera un default. La “mala fama” del país conspira también contra cualquier posibilidad de generar confianza.
Por Lic. Nancy Villarruel, Economista.
Toda crisis trae aparejada una oportunidad, afirma una repetida sentencia. Argentina sería una tierra de oportunidades, entonces. Cíclicamente tenemos una crisis, o la generamos. Desde inicios de los ’50 hasta hoy se han registrado ocho en total. La actual se encamina a ser la novena. Todas caracterizadas por una depreciación de la moneda local, pérdidas en ahorros, activos, ingresos e inversiones.
En general, los factores que les dieron origen se relacionan con déficit fiscal, balanza de pagos negativa, tipo de cambio retrasado, inflación, emisión monetaria desmedida y exceso de endeudamiento. La confluencia de dos o más de estos factores (algunos relacionados entre sí) detonó –la mayoría de las veces– una devaluación excesiva, default de deuda y recesión económica. Todos estos antecedentes han hecho caer nuestra imagen ante los mercados que cada vez se vuelve más difícil de remontar.
Esta vez no es la excepción: el mercado está valuando los bonos soberanos como si ya hubiera default, el crédito se nos cerró hace rato, los informes de bancos internacionales y las columnas de los más reconocidos periódicos internacionales nos auguran otra crisis. Argentina puede echarse a dormir porque a la mala fama ya la hizo hace rato.
Cristina Fernández declaró hace unos días que para los argentinos es un deporte querer apropiarse de las reservas del Banco Central, al describir la voracidad que tenemos por ahorrar en esa moneda. Lo dijo para tratar de explicar la suba en la cotización de los dólares financieros (y del blue) y la escasez del billete verde. Lo cierto es que la situación económico-financiera es un caldo de cultivo para una nueva crisis. Los argentinos lo perciben y buscan resguardo. No es deporte, es defensa propia.
¿Por qué Argentina está inmersa en un círculo vicioso de crisis recurrentes? Argentina, que otrora supo estar entre las 10 economías con PBI más alto y entre los 5 principales productores mundiales de granos, está inaugurando una nueva temporada en la serie de crisis gestadas por su propia negligencia. He allí otra característica de la crisis: no sólo son recurrentes sino que además son, generalmente, de raíz interna.
Luego de las guerras, cuando se reabrió el comercio internacional, Argentina no se sumó y empezó la política de sustituir importaciones y “vivir con lo nuestro”. Fue entonces cuando aparecieron los cupos a las exportaciones, retenciones, declaraciones juradas anticipadas de importación y el “vicio” de dejar el tipo de cambio atrasado, sobre todo en épocas electorales.
Trabar el comercio, agrava.
Al poner trabas al comercio, a la Argentina se le dificultó generar los dólares que necesitaba para crecer. Eso derivó en sectores industriales de capital escaso, con productividad muy baja y tecnologías obsoletas; a los que hubo que sostener con precios de energía bajos y tarifas subsidiadas.
Los déficits que ello generaba en los distintos niveles de gobierno se financiaba con el Banco Central y con emisión. Allí sobrevinieron los niveles de inflación de dos y hasta tres dígitos. Al describir lo sucedido en los años 50 y 60, Roberto Cortés Conde dijo: “Fueron años con mercados cerrados y financiación monetaria, incrementos de precios, déficit comercial y de pagos, crisis y devaluación”.
Cuando el flujo de capitales se normalizó y la liquidez internacional fue abundante, los déficits pasaron de financiarse con emisión a financiarse con deuda. El gasto, lejos de bajar continuó creciendo por encima de los ingresos. Sumamos un déficit en cuenta corriente, pero con un tipo de cambio atrasado la corrección del dólar provocaba subas en el valor de los bienes exportables pero también de las importaciones y la deuda hasta niveles difíciles de pagar. Así nacieron los defaults.
En ese contexto, los argentinos vieron cómo la moneda iba a perdiendo valor a medida que los procesos inflacionarios se hacían más recurrentes. Se generó desconfianza en la moneda nacional, que, desde 1967, con distintas denominaciones, agregó 13 ceros. El destino de los ahorros fue mutando de los pesos depositados en bancos a los inmuebles y, finalmente, al dólar.
A estas alturas seguramente se evidencia que la historia de los últimos 70 años se está escribiendo justamente en estos días. Igual contexto, las mismas medidas, y como resultado, el mismo comportamiento. “La locura es querer obtener resultados distintos haciendo siempre lo mismo”. Einstein.