El imprescindible imperio del derecho
“La ceremonia del año 800 no fue revolucionaria, sino normal dentro del antiguo Derecho Público romano”.
JUAN BENEYTO, “España y el problema de Europa”.
El buen ejemplo de la Unión Europea
El Imperio Romano fue el del imperio del Derecho. Ya desde la primera época de los reyes y fundamentalmente luego, con la República, lo que caracterizó a los romanos fue la vigencia, el acatamiento y el respeto por las leyes. Claro está que hubo algunas excepciones, pero la regla fue la de las conductas de hombres como Cincinato, epítome de todos ellos: nombrado dictador con todos los poderes de vida y muerte sobre sus conciudadanos ante una emergencia capital (una invasión externa de los equos y los volscos que amenazaba con destruir a Roma), vencido el enemigo y antes de que se cumpliera el plazo acordado, Cincinato regresó a su granja familiar empuñando el arado como lo estaba haciendo cuando fueron los senadores a buscarlo para salvar a su patria.
Bruto, Casio, Casca y otros ciudadanos asesinaron a puñaladas a Julio César en el Senado porque pretendieron de esa manera salvar a Roma de la tiranía de un solo hombre y para conservar las libertades republicanas que sus antepasados habían establecido.
Tiempo después, el Imperio fundado por Augusto se organizó y se mantuvo por siglos en razón de su organización jurídica y el mantenimiento del Derecho. Éste fue recopilado pacientemente por jurisconsultos de gran nombradía entre los cuales se destacaron Ulpiano y Papiniano.
El sentimiento común que unía a todos los ciudadanos romanos, fuere cual fuere su raza, religión o ideas, facilitó la obra de unificación que simbolizaba el Imperio. Polibio consideró que fue “la empresa más prodigiosa de nuestra época”. La realización del Imperio fue llevada a cabo, sin duda alguna, por y en un ordenamiento jurídico estricto. Aquél sentimiento común acude al Derecho y debe al Derecho su permanencia, pues la obra imperial se mantuvo gracias a su atracción jurídica. Y este acatamiento al Derecho fue el que permitió su supervivencia, bajo otras formas, durante los próximos mil años. Ésa fue la primera experiencia de integración europea: una tierra unificada por Roma desde el Atlántico al Mar Negro y desde el Mar del Norte y el Báltico al Mediterráneo.
Mas, el viejo Imperio Romano sobrevivió con la fundación del Sacro Imperio Romano Germánico creado en la Nochebuena del año 800 por, nadie mejor, Carlomagno, un franco-germano, en Aquisgrán (Aachen en alemán, Aix-La Chapelle en francés). La unión de francos y germanos dio unidad y sentido a partir de entonces y hasta el fin de la Edad Media al concepto de Imperio. Y no es casual que la unión de francos y germanos haya realizado la unidad europea. Lo mismo ocurrió mil ciento cincuenta años después, a partir de 1950, y más tarde con la creación del Mercado Común Europeo, hoy Unión Europea, a partir de 1958. La mayor y mejor experiencia conocida en la Historia de un proceso de integración. Pero las raíces venían desde la época de Augusto, casi dos mil años antes.
Con Carlomagno y sus sucesores, escribió Rudolph Wahl, se firmó el acta de nacimiento de Europa. Concepto actualmente más vigente que nunca antes.
El mal ejemplo del MERCOSUR
A veces se ha querido comparar a Francia y Alemania con Argentina y Brasil. La relación no es ni siquiera parecida. La última vez que Argentina y Brasil se enfrentaron en una guerra fue en la llamada Guerra del Brasil por los argentinos, Guerra de la Independencia por los orientales. Hace ya más de ciento noventa años. Alemania y Francia estuvieron en guerra tres veces en poco más de setenta años (desde 1870 a 1945), cada guerra más atroz que la anterior. Durante más de un lustro hace apenas un poco más de setenta años, pero su proceso de integración con los demás países europeos acordado al final de la guerra, constituye hoy un ejemplo a seguir. En tanto el MERCOSUR constituye, lamentablemente, un ejemplo a evitar. No por lo que aspira a ser, sino por lo que es.
He sostenido reiteradamente en cuanta ocasión tuve la oportunidad de hacerlo, que el problema mayor del MERCOSUR actual y del cual derivan todos los demás es el incumplimiento del Derecho. El olímpico desprecio y desconsideración por el mismo. El no acatamiento de los fallos del Tribunal Arbitral; la no internalización de la mayor parte de las normas obligatorias o su inexplicable demora en disponer su vigencia y cumplimiento efectivo de las mismas; las sucesivas e interminables prórrogas de los plazos previamente acordados; el establecimiento de restricciones no arancelarias y tributos contrarios al MERCOSUR (licencias previas, cláusulas de salvaguardia, derechos de exportación, cupos, derechos diferenciales, doble imposición arancelaria, no cumplimiento del Arancel Externo Común, etcétera, etcétera). Esta lista no agota todas las menciones que podrían efectuarse.
En tanto los europeos han cumplido invariablemente con sus cronogramas, obligaciones y normas establecidas, en el MERCOSUR cada uno parece hacer lo que le venga en gana.
Así van ellos. Así vamos nosotros.
Por Carlos Canta Yoy