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La muerte de Francisco puede doler, pero también iluminar

La muerte de Francisco puede doler, pero también iluminar

Walter Giannoni
Periodista | leer más notas

Argentina despide a su Papa con un nudo en el alma y una mochila de contradicciones. Jorge Mario Bergoglio fue, como todo lo que toca esta tierra, objeto de apropiaciones, disputas y lecturas parciales. Y tal vez por eso nunca vino como Francisco. Sabía que su presencia sería interpretada como un gesto político, aunque no lo fuera. Prefirió evitar esa trampa. Sabía que en su país todo se convierte en símbolo partidario, incluso la fe.

La muerte de Francisco genera dolor sincero, pero también pone en evidencia un rasgo persistente de nuestra cultura pública: la necesidad de acomodar cualquier figura —por más trascendente o espiritual que sea— a las categorías de la grieta. No hay lugar para la universalidad. Todo se lee con anteojeras.  

Un medio estadounidense se animó a llamarlo “el Papa peronista”. Como si una etiqueta pudiera contener el legado de un hombre que habló con las grandes potencias del mundo, que tendió puentes en Medio Oriente, que denunció la lógica del descarte global y que puso en el centro a los pobres, no desde una ideología, sino desde una convicción evangélica. El Francisco real fue otra cosa: un pastor. Y como él mismo dijo, un pastor con olor a oveja.

Esa imagen, no milita en un bloque. Abraza, escucha, acompaña. Recupera. Y esa fue la marca de su papado: la opción por los últimos, los caídos, los que duelen. Reformó estructuras. Lavó los pies de presos. Se enfrentó a poderes fácticos dentro y fuera de la Iglesia. Propuso una Iglesia en salida, menos tribunal de alzada y más refugio.

En Argentina, en cambio, lo importante no era el Papa, sino cómo nos reflejábamos en él. Mirábamos el espejo, no al hombre.

Quizás esa sea la lección pendiente. Tal vez su legado más profundo sea la invitación a mirar más allá de nuestras obsesiones locales. A entender que hay dolores más grandes que nuestras peleas. A comprender que el mundo, y el alma, necesitan más puentes y menos trincheras.

Francisco fue el argentino más universal. Lo lloran millones en todos los idiomas. Nosotros, en medio de esa pena, seguimos discutiendo si fue “de los nuestros”. Qué oportunidad perdida de elevar la mirada.

La muerte de Francisco puede doler, pero también puede iluminar el futuro. Si algo nos deja, es el mandato de pensar más en el otro y menos en la grieta. No es poco. Es, quizás, todo.

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