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La política argentina, un planeta implosionado

La política argentina, un planeta implosionado

Walter Giannoni
Periodista | leer más notas

El Mundo demuestra que la era de los grandes líderes quedó atrás y lejos en el tiempo. La forma de conducir a los pueblos, definitivamente se reconfiguró tras la Segunda Guerra y los conflictos sucedáneos. El sueño de las democracias en pleno funcionamiento quedó reservado solo para occidente, mientras que naciones poderosas se conservan en manos de líderes mesiánicos a los que resulta imposible remover por participación directa. 

No es que en occidente esa huella mesiánica esté ausente, pero, por ejemplo, Trump algún día dejará el poder. Como máximo en ocho años. Es difícil pensarlo así, de esa misma manera, en otros continentes y estados.

En las democracias occidentales es indudable que la tecnología se ha convertido en un factor que incide de manera directa y cotidiana en la política. Las redes sociales, por ejemplo, construyen comunidades instantáneas y destruyen largo plazo. Eso, el largo plazo, es un insumo que cualquier proceso político requiere para, en algún punto, ser virtuoso. El celular consigue en un click el delivery del día, pero no un departamento para vivir que necesita de otros recursos y tiempos. Esa insatisfacción termina incidiendo en la política y condicionando su construcción. 

En la actualidad la política argentina es un planeta implosionado. No hay liderazos homogéneos en sus diferentes espacios ideológicos. Los grandes partidos que dominaron la escena desde el regreso de la Democracia, encolumnados siempre en liderazgos individuales, como fue el peronismo con Perón, Menem o Kirchner; el radicalismo con Balbin o Alfonsín, no existen más como tales. Ni siquiera en el sindicalismo, probadamente vertical, responde ya a esas pautas, lo cual se ve en las contorsiones que debe practicar la CGT cada vez que necesita decidir algo.

En un mismo sector político, cualquiera, que se supone debería ser un espacio coherente de pensamiento y acción, hay posiciones contradictorias, internas, vedetismo y ambiciones personalísimas. Milei es un emergente de esa contemporaneidad. No conoce la necesidad de construir consensos porque simplemente nunca lo vivió así. Y de esa manera encara también el año político que tendrá en octubre su cima.

Pero en sus adversarios ocurre lo mismo. ¿Cuál peronismo irá a las urnas? ¿El de CFK o el de Kicillof? ¿El de los gobernadores que practican cada uno su juego? ¿Qué retazo del radicalismo buscará el voto? ¿O será la búsqueda del cargo? ¿Dónde, finalmente, se acomodará el macrismo y las ramas deshidratadas del PRO con su oferta electoral? Más preguntas que respuestas.

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